“No hay
nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió…” escribió y cantó Sabina
seguramente cuando era un pipiolo, aunque razón tiene, si bien hay cosas que no
es lo mismo que te pillen a los veinte que a los cuarenta, y mira tú que en
estas cuestiones, la edad es punto a favor.
Hace
unos días me devolvieron las alas, alas que puse a disposición sin que nadie me
lo pidiese, en un acto seguramente irresponsable pero necesario. Actué con un sorprendente arrojo, dejándome llevar, consciente de lo que hacía y todo lo que podía cambiar.
Llevo
unos días hablando sobre la fuerza de la voluntad, las casualidades, el
destino, el puntito de suerte… Creo que al final la vida es un cóctel y yo no
puedo quejarme del resultado, si bien a veces el inmediato no termina de
gustarme, al largo plazo tuve siempre que darle la razón. En ello confío una
vez más, esta vez más fuerte, con el alma y el corazón rebosantes de alegría, porque
si hay algo que me sienta bien son esas alas y lo mejor que puedo hacer con ellas es hacerlas volar.
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